¿En qué momento dejamos de ser humanos?
«Queríamos saber si compartir es algo natural, si todos sentimos la necesidad de reparar la injusticia, y se lo preguntamos a los niños. ¿Quieres saber qué ocurrió?».
Deberíamos aprender a volver a ser niños porque en algún momento de nuestras vidas dejamos de ser humanos.
Experimento Comparte, de Acción Contra el Hambre.
La muerte nos da vida
Cuando tenía 17 años, leí una cita que decía algo como: “Si vives cada día como si fuera el último, algún día tendrás razón…”. Me marcó, y desde entonces, durante los últimos 33 años, cada mañana me he mirado en el espejo y me he preguntado: “Si hoy fuese el último día de mi vida, ¿querría hacer lo que voy a hacer hoy?”. Y si la respuesta era “no” durante demasiados días seguidos, sabía que necesitaba cambiar algo.
Recordar que voy a morir pronto es la herramienta más importante que haya encontrado para ayudarme a tomar las grandes decisiones de mi vida. Porque prácticamente todo –las expectativas de los demás, el orgullo, el miedo al ridículo o al fracaso– se desvanece frente a la muerte, dejando sólo lo que es verdaderamente importante. Recordar que vas a morir es la mejor forma que conozco de evitar la trampa de pensar que tienes algo que perder. Ya estás desnudo. No hay razón para no seguir al corazón.
Estas palabras no son mías. Son de Steve Jobs, el padre de Apple, el responsable de un aparatito llamado iPhone, entre otras revoluciones tecnológicas. Las pronunció durante una ceremonia ante los recién graduados de la Universidad de Stanford en 2005, un año después de que le diagnosticarán cáncer. Los médicos le dijeron que era incurable y que moriría en un máximo de seis meses.
Creer en vivir
Pasa la vida y las desilusiones son mayores;
las tragedias, menos trágicas;
y las sorpresas, más inesperadas.
Vivir para creer, creer en vivir.
El momento de la duda
La duda es la prueba más evidente de que nos enfrentamos ante algo importante. Es esa luz que se apaga justo cuando alzamos la mirada buscando las indicaciones a qué camino tomar… y nos quedamos a oscuras.
Este corte de luz no debe asustarnos, nos viene bien para centrarnos, para evitar distraernos con las lucecillas de colores que nos rondan diariamente. El problema llega cuando la duda se eterniza y la oscuridad se perpetúa. Entonces pueden ocurrirnos dos cosas: quedarnos anclados al suelo, sin dar un paso hacia delante o atrás, o dejarnos llevar, a ver qué ocurre, guiados por extraños sonidos de aquí y de allí… En ambos casos, la duda no desaparece, nos esclaviza o nos roba el rumbo.
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Al otro lado del espejo
Es un ritual. Cada 20 de junio, de madrugada, me quedo clavado frente al espejo. Es el día en que cumplo años. Centro toda mi atención en mi rostro, espejo del alma, de espejo a espejo, y voy deteniendo la mirada en cada poro de la piel. No hay escapatoria, es un duelo sin engaños, de ti contra ti. «Enséñame las marcas de tus victorias y tus derrotas», te exigen desde el otro lado. «Quiero ver cómo te ha tratado este año».
Es una breve parada en el camino, una forma de separarte de tu propio cuerpo y mirarte desde fuera, con objetividad, no para juzgarte sino para entenderte. Apenas dura dos o tres minutos pero el viaje es vertiginoso, sobre todo cuando se cruzan las miradas y se clavan la una en la otra.
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