A veces llegamos a creer que ciertas situaciones sucederán porque nos imaginamos contándolas en un futuro. Suele pasar con las cosas buenas, con las grandes sorpresas que nos reserva la vida. Por ejemplo, de pronto conocemos a alguien especial en unas circunstancias especiales, y el pensamiento y el lenguaje comienzan su romance… Y entonces, cuando esa persona apenas acaba de empezar a caminar en tu vida, te imaginas junto a ella en un futuro cercano, contándole a un amigo cómo os conocisteis…
“Fue en Sevilla, en la manifestación del 15M, un día antes de las elecciones locales. Cogí el coche y me planté allí solo, me dio por ahí. La plaza de la Encarnación estaba a reventar, había miles de personas… Podría haberme metido en el barullo por cualquier lugar, por cualquiera de los muchos caminos que dejaban las espaldas de los grupitos, pero elegí justo el de ella. Me la encontré en uno de esos corrillos donde la gente reflexionaba en voz alta y me llamó la atención. Era guerrera. Me quedé observándola un rato y tuve ganas de participar en el debate pero no lo hice. Continué y ahí quedó todo.
Más tarde, ya de noche, me encontré de casualidad con unos antiguos compañeros de la facultad, me enganché con ellos y… allí estaba ella, otra vez, como amiga de un conocido. Saltándome los detalles y sin saber muy bien cómo, terminamos solos hasta las 8 de la mañana. Nos quedamos con ganas de más y aquí seguimos… con más ganas de más”.
Te imaginas contándolo de forma totalmente natural, sin artificios, sólo los hechos, dejando fuera todos los sentimientos. Primero nos lo hemos contado a nosotros mismos, dentro de nuestra cabeza, y llegado un punto nos imaginamos contándoselo a los demás. Y es aquí donde de pronto lo vemos como real, porque nada se hace del todo real hasta que no se lo cuentas a otra persona, hasta que no lo compartes. Al imaginarte contándoselo a otra persona llegamos a convencernos de que la historia terminará siendo real. De alguna manera, el lenguaje funciona como conexión entre un presente real y un futuro probable.
Esta sensación nos hace sentir bien porque tiene más fundamento que un sueño, tiene una base real, pero no podemos olvidar que ese lenguaje que hemos utilizado está hecho de palabras, y las palabras se las puede llevar el viento, también dentro de nuestra cabeza y nuestras ilusiones.
¡Me encanta! ¡Es genial!
Pero no sólo pasa con lo que no ha sucedido y está por suceder, también con lo que ya pasó: hasta que uno no lo dice en voz alta, hasta que no lo cuenta a otros o no lo cuenta a sí mismo, hasta que de alguna manera no lo verbaliza, es como si aún no hubiera pasado realmente. Una tregua que nos da el lenguaje.